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    ( Publicado en Revista Creces, Junio 2000 )

    En Marzo de 1997, la Organización Mundial de la Salud celebró el día de la tuberculosis y en una conferencia de prensa anunció el pronto control de la enfermedad (La organización mundial de la salud y la tuberculosis). Ello provocó airadas reacciones de los expertos, por el daño que estas declaraciones podrían producir en los gobiernos que podrían restringir los esfuerzos en la prevención y tratamiento de esta enfermedad. Lo cierto es que los vaticinios de la OMS no se han cumplido, y por el contrario, la tuberculosis en los últimos años se ha incrementado notablemente y se vaticina que para el año 2015 los casos de tuberculosis aumenten en el mundo de 7 a 10 millones. Recientemente la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard y el Instituto de la Salud de Nueva York, se han sumado a la alarma, poniendo énfasis en el incremento de las cepas resistentes a las actuales drogas disponibles para su tratamiento (Science, vol 286, Nov. 1999, pág. 1670).

      ( Creces, 2009 )

      Alfonso Valenzuela B.* ¡Somos lo que comemos!, esa premisa la hemos escuchado desde siempre, y aceptamos que tiene fundamento científico, ya que de alguna manera la composición de nuestro organismo refleja la composición de nuestra dieta, al menos en el largo plazo. Desde este punto de vista, los ácidos grasos, son quizás los nutrientes que mejor reflejan, junto con los microminerales, el contenido de la dieta en la composición de nuestro organismo. Ahora bien, ¿actualmente comemos lo que deberíamos comer?, al parecer no es así. Este artículo pretende esbozar cómo ha evolucionado la nutrición desde el punto de vista bioquímico, desde nuestros más lejanos antepasados hasta hoy día, particularmente en el rol que han tenido los ácidos grasos omega-3 de origen marino. Nuestra genética, al parecer, sigue siendo un patrimonio de información similar al que tenían nuestros antecesores de la edad de piedra (1). Las mutaciones con efecto positivo, desde el punto de vista evolutivo, ocurren aproximadamente cada cien mil años, por lo cual, según el registro fósil que tenemos de los primeros homínidos, no deberíamos registrar más de 20 o 30 mutaciones con efecto positivo en nuestra nutrición. Por el contrario, también se han producido mutaciones con efecto negativo, y que han modificado nuestra capacidad de adaptación al medio ambiente y/o nutrición. Un ejemplo es la pérdida de la capacidad para biosintetizar el ácido ascórbico a partir de la glucosa por deficiencia de la enzima 1-gluconolactona oxidasa, capacidad que sí tienen otros mamíferos, pero no los primates, incluidos los humanos (2), lo cual nos deja sensibles a su carencia nutricional, la que en el pasado se reflejó en una gran incidencia de escorbuto en numerosas poblaciones. ¿Genética de la edad de piedra y nutrición de la era espacial?, al parecer así es. Nuestro patrimonio genético no ha variado o ha variado muy poco, pero la nutrición actual es notablemente diferente a la de nuestros ancestros. La figura 1 muestra el cuadro evolutivo de los primates, en el cual se han elegido cuatro estadios del desarrollo evolutivo del hombre, y sobre quienes discutiremos acerca de su nutrición y desarrollo (3).

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